No hay medio ambiente. El ambiente es todo y nosotros pertenecemos a él. Todo lo que hacemos lo afecta y nos afecta. Por ello hay que cuidar todo el ambiente. Su estado influye en la condición de vida de todos los seres y es la Madre Tierra un súperorganismo vivo, un sistema en donde se conjugan y suman todas las comunidades de vida.
La tierra es todo un sistema. Si no se cuida, se reproduce y es sometida a destrucción, podemos llegar a una situación donde se puede extinguir la vida de casi todas las especies, incluida la humana. Esta podría desaparecer en un 80%. De allí la loca carrera de los ricos por crear condiciones para vivir, ellos, en otro planeta.
Es evidente que hoy estamos en una situación de crisis ambiental. Un pluriverso enfermo que es sin duda la mayor expresión de la crisis de la civilización capitalista. Podemos afirmar que el capitalismo no ha comprendido la esencia de la vida como un sistema armónico de diversas comunidades de vida que actúan en sinergia. En su dinámica ha posesionado al ser humano como el dueño y señor de la naturaleza. Esta es percibida como un simple recurso, una mercancía que hay que explotar hasta agotarla.
El capitalismo ha apartado el ser humano de la familia grande y nuestro hogar la Madre Tierra, cuando todos formamos parte de ella misma. Somos hermanos de un árbol y de un loro. Se destruye la Madre Tierra aunque seamos hijas e hijos de ella. El valor que prima es la ganancia y la acumulación de capital. Se ha sembrado el úselo y tírelo.
Crisis ambiental karibeña
Hace años la región del Karibe gozaba de una buena salud ambiental. Escuchamos de los pobladores del campo que se podía tomar el agua de los ríos a ojo cerrado, solo bastaba con oler y sentir su buen estado. En los cuerpos de aguas abundaban la vida de los peces, los caimanes, las babillas, las icoteas, los anfibios y muchos seres. Nos producía alegría contemplar tanta belleza y amor. Se podría ver a un caimán en la vejez y un bocachico tabletuo saltando por encima de las aguas. Los venados, los monos, el tigrillo, los canarios, azulejos, loros, las personas y toda esa megadiversidad de vida eramos un sólo amasijo en libertad.
Los ríos no olían a muerte humana por que no eran los cementerios donde se arrojan los cuerpos víctimas de la violencia, el despojo y la contaminación. No era parte del paisaje ver a una garza posarse sobre los cuerpos humanos flotantes en las aguas. Carajo daba alegría ir en un bote y ver cuando un pescado saltaba y caía en la canoa. Ver los caimanes tomando sol en las orillas de los ríos.
Vivíamos en el agua y en la tierra. Eso llevó a que nos llamaran comunidad anfibia, es decir que sabíamos convivir con el agua y la tierra. Nuestra vida la adaptamos a los momentos de invierno, verano y del cambio de estación. Administramos la vida de acuerdo a las subidas y bajas de los niveles de agua, a las temperaturas, a toda esa variedad climática.
Potrerización de la tierra
En esos tiempos aún no se había potrerizado la tierra a los niveles de hoy. No estaba acaparada por empresarios y terratenientes despojando a las comunidades y poblaciones indígenas, negras y campesinas de ella. El robo de las tierras comunales no se había consumado tal como está hoy, donde son pocos los Jagueyes y pastos comunales. La población del campo ha sido arrinconada contra las montañas y ahora desde allí de nuevo es expulsada para extraer riquezas minerales y el agua. Una población desterrada del campo fue empujada a las ciudades donde les toca subsistir inventando la vida del rebusque en la mayor de las miserias.
Las tierras fértiles que pueden producir alimentos para todos los seres vivos, no solo a los humanos, se dedican para el alimento del ganado y los carros, una economía que contamina con su metano y cuya proteína se puede cultivar. Tienen más comida los carros y las vacas que los seres humanos. Se destruye la fertilidad de la tierra para favorecer el negocio de la carne. Tierras fértiles que se deben usar en una política de alimentación soberana. Se dice que primero fue la fiebre del oro y después la del ganado.
La proterización de la tierra, y el extractivismo, ha costado la destrucción del 80% de las reservas forestales del sistema de serranías del Karibe, ha dejado sin tierra a millones de familias del campo y ha costado el genocidio más grande de Colombia en los últimos 70 años. Por eso se habla de terricidio.
Todo se quiere convertir en potreros. La serranía del Perijá ha perdido el 80 % de sus árboles y ha reducido, hasta extinguir a un número significativo de especies vivas. Los resguardos indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta están cercados por los narcoterratenientes. Igual acontece con los territorios colectivos de comunidades negras. Pescadores de toda la región del Karibe han sido condenados al hambre y la muerte por la contaminación de ciénagas, ríos, lagunas y mares. Comunidades anfibias tienden a desaparecer y apenas sobreviven soportando inundaciones desastrosas.
La situación del Río Sinú, es un ejemplo. Este maravilloso cuerpo de vida había ofrecido alimentos, agua y transporte a la población de más de 13 municipios durante miles de años. Un puñado de terratenientes impuso la construcción de represas. Lo que ha provocado inundaciones que causan daño, las mejores tierras pasaron a ser propiedad de los terratenientes, se produjo el despojo y destierro de más de 10 mil familias, desaparecieron muchos caseríos. Todo esto con la ayuda del ejército y el paramilitarismo.
Las selvas de cemento
Hace años las ciudades no eran tan ruidosas y contaminadas. Pocos carros y motos circulaban. El uso de la bicicleta era más y caminar a pie ayudaba a la salud. No era todavía una selva de cemento. Ni la indiferencia pululaba ante el dolor y la tragedia del otro.
En las ciudades se podía respirar todos los días. No habían días donde se suspendía la ida al colegio por que aspirar el aire produce enfermedad respiratorias en la población escolar. Pero, no se detienen las chimeneas de los carros y motos, del transporte privado individual y de la industria. Los caños, ríos, ciénagas, islas y otros cuerpos de agua eran de buen color, un olor placentero y sus aguas limpiaban la piel. No habían sido atropellados por la contaminación, llenos de plásticos y de cuanto desecho se produce en la sociedad urbana. Todo va a dar a estos cuerpos de agua donde la vida en lugar de florecer perece.
Hace años no se había urbanizado la tierra. Es decir, apropiado por unas cuantas personas que en su afán de riquezas ha convertido el derecho a la vivienda en un gran negocio. Grandes humedales, ciénagas, canales de aguas, cerros y cuerpos montañosos han sido pelados como el Cerro de la Popa y otros. Patrimonios culturales han sido arrasados para favorecer los negocios de los grandes empresarios de la construcción. Los barrios han cedido el paso a las urbanizaciones cambiando su significado cultural.
Allí en las ciudades se apretujan millones de personas sin otras comunidades de vida como las plantas y huertas. Ciudades insostenibles en la vida y de miserias, en donde el rebusque diario es la larga agonía de millones de seres humanos. La industria del turismo atrae a miles de ciudadanos pero al mismo tiempo expulsa a millones de seres vivos de su hábitat. De un momento a otro ya en la ciudades no se puede caminar. Se ha perdido el buen caminar.