Historias,  Rebelde

Herederos de una historia de resistencia e independencia

Luís Carlos Guerrero “Mosquerita”

El Frente Guerrillero Urbano Héroes de Cartagena del Ejército de Liberación Nacional (ELN), del cual nací, es producto de un recorrido histórico de pueblo, de esas gestas hermosas llenas de gente, color de comunidades rurales, urbanas y semiurbanas de Cartagena y su irradiación hacia el centro y norte del departamento Bolívar. La realidad nos parió urbanos trascendiendo hacia la ruralidad en un recorrido que lleva el sello indeleble de la interculturalidad.

Como nos enseñara el pueblo kalamarí al resistir la invasión española y a desarrollar con intensidad la lucha armada en ese momento histórico, llegando incluso, según las narrativas, a practicar el suicidio colectivo arrojándose desde las alturas del Cerro de la Popa a las aguas de la Ciénaga de la Virgen, en el famoso Salto del Cabrón. Igualmente, la lucha por la libertad, combatiendo frontalmente la esclavización, liderada por Benkos Biohó cuando dijo que «no somos esclavos porque no nos han vencido en una guerra”, haciendo del cimarronismo y la lucha armada comunitaria su deber para mantener la condición de comunidades autónomas.

El cantautor afrodescendiente Joe Arroyo, en la canción “Rebelión”, hace una excelente narrativa de toda la situación de sometimiento, saqueo, esclavitud y la resistencia negra, donde el «no le pegue a la negra» encarna el sentimiento de dignidad y el derecho a la rebelión ante el abuso, maltrato y explotación de nuestra gente negra esclavizada. Traemos la herencia del primer Palenque urbano, de un pueblo libre, el de la Matuna, donde floreció la vida pariendo algarabías y bullicios de justicia. Los huidos negros se confundían en sus siluetas con el oscurecer de la noche de tambores.

La población de Cartagena fue un faro en la lucha por la independencia, por romper las cadenas que ataban su vida al designio extranjero y sacudirse de la explotación española. Un 11 de noviembre de 1811 en las calles de la bullanguera Cartagena de Indias se proclamó la independencia en un levantamiento popular cuyo eco llegó a los oídos de toda Colombia, liderados entre otros por el afrodescendiente Pedro Romero.

Por eso, cuando decidimos organizar los núcleos revolucionarios del ELN en Cartagena y el norte de Bolívar, en los años 80, existió la convicción de que debía hacerse retomando las innumerables enseñanzas de un gran líder popular de los tiempos de la gesta por la independencia, el afrodescendiente Pedro Romero, quien con talento tejió todo el dispositivo político organizativo de la independencia y de la resistencia en las barriadas y calles populosas de la Cartagena de ese entonces, haciendo del barrio Getsemaní una trinchera donde se estrellaron los españoles.

El aprendizaje de las capacidades auto organizativas y esa enorme voluntad del pueblo getsemanicense para hacer valer su condición de vivir libres es otro de los pilares raizales de ese enorme árbol donde se aferra la redención social.

De todos los llamados héroes de la independencia de Cartagena no hay algo más significativo que simbolice esa herencia de libertad, que el legado histórico de Pedro Romero. Tan solo es reivindicado con el nombre de una avenida que no dice mucho pues también hay avenidas con el nombre de los invasores y destructores de nuestros pueblos como la Avenida Pedro De Heredia, que ofende nuestra conciencia anticolonial.

Tal vez no se reivindica el líder Pedro Romero por su condición de afro, pobre y alzado con untura de pueblo lo que motiva el desprecio de una aristocracia que ha esgrimido como condición para reafirmarse la exclusión del otro. Este caso es parecido al de José María Carbonell, tribuno del pueblo.

La oligarquía cartagenera, buscando evitar el nacimiento de la insurgencia guerrillera, siempre ha manipulado el sentido de la historia del pueblo. Cuando estalló la lucha guerrillera revolucionaria en Colombia, con el surgimiento de las FARC y el ELN, la matriz movilizada por los medios de desinformación fue que, la gente de Cartagena y los costeños eramos de vocación absolutamente pacífica y por eso no eramos capaces de alzarnos en armas. Echando al olvido las grandes luchas insurgentes y resistencias armadas en toda nuestra historia karibeña.

Recuerdo que a través de los mismos medios “invitaban” a denunciar la presencia de «cachacos» cuyo comportamiento evidenciaba ser «agentes de la subversión» pues la lucha armada sólo sería posible en la Costa karibeña, según la oligarquía, mediante la infiltración de santandereanos y antioqueños. La persecución a los hermanos colombianos de origen no costeño fue muy dura y ha sido dura desde ese entonces.

No cabe duda que la oligarquía, temerosa de que el pueblo costeño asumiera la rebeldía armada, comenzó por los distintos medios impresos de la época a estigmatizar los originarios de los Andes como los amantes y promotores de la violencia. Querían explotar política e ideológicamente la rivalidad que se ha dado entre cachacos y costeños por sectarismos regionales. Los centros de investigaciones e historiadores populares tienen la deuda de hacer una raizal narrativa de los orígenes de la guerrilla en el Karibe. Importantes esfuerzos de reconstrucción de la memoria del conflicto armado deben ser abordados desde otras lentes más amplias.

Barbudos y corajudos. Curas y champetas. Migraciones y trabajadores: ambiente de los años 60 y 70

Es indudable la influencia del Cura Camilo en todo ese despertar de la conciencia de los revolucionarios en Cartagena, el norte y centro de Bolívar, así como la simpatía hacia la revolución iniciada por los barbudos de la isla de Fidel y el Che, quienes se las pusieron bien difícil a los gringos. Al decir de la gente en las calles populosas. Recuerdo que decían ese man de Fidel y Che se la pusieron bien difícil a los gringos, eche nojoda.

Esto para ser sincero yo no lo entendía muy bien en mi infancia. Solo recuerdo que mis abuelos hablaban de que habría una guerra entre Estados Unidos y Rusia y se vivía todo asustado. Hasta que sucedió lo de otro barbudo, el Cura guerrillero Camilo Torres.

La muerte del Cura Camilo llegó a mis oídos porque muchos viejos del barrio Olaya Herrera dijeron que habían matado “un cura bueno porque ese “man” se las cantó a los ricos y eso no les gustó ni pal carajo, y entonces comenzó la perseguidora hasta matarlo”. Ahora haciendo memoria, puedo entender todo el impacto que produjo en la población de ese momento la figura, el pensamiento y la acción del Che y Camilo, quienes tenían en común ser barbudos y corajudos, que hablaban con la verdad, sinónimo de justicia. Mi abuelo decía hay que tener mucho coraje para hacer lo de Camilo el cura guerrillero. Dejar todo e irse pal monte. Yo como el lorito escuchando.

Considero que Camilo fue el camino, el pegante, lo desafiante, que fue percibido como aquel que retó el poder de los ricos y eso gustó a muchos jóvenes y cuando lo leímos del testimonio de Manuel Pérez, en la proclama dirigida al pueblo para dar a conocer su incorporación al ELN, en los años 70, dije “¡no joda!, por allí es la cosa”. Y comencé a explicarme muchas vainas del barrio y de nosotros.

El análisis que hice en ese momento fue muy simple: estoy del lado de los que jodan a los ricos. Tanta pobreza me alimentó a ser anti-rico. Todo lo que estaba al lado de los pobres me gustaba.

Ese viejo Manuel, haciendo referencia al Cura Pérez, quien llegó y se metió con nosotros a los pantanos de la Ciénaga de la Virgen atraído por los ecos camilistas, fue claro cuando dijo un día en la entrevista que le hizo Marta López Vigil, “para nosotros Colombia era Camilo. Cuando llegamos a Colombia, Camilo estaba fresquito. De él hablábamos en todos los cursos que dábamos, en las reuniones. La gente sencilla comprendía. Para nosotros Camilo era la mejor herramienta, el mejor camino”. (Camilo Camina en Colombia, Marta López Vigil).

Gracias a la gesta de los barbudos de Fidel y Ernesto más conocido como el Che, a las locuras de Camilo con su desafío a la iglesia tradicional, amarrada a la oligarquía y a la injusticia, se abrió un boquete enorme por donde se movilizaron las inquietudes sociales de una juventud revoltosa y bailadora , champetera y salsera, en las comunidades urbanas de Cartagena.

Desde las selvas urbanas y suburbanas

Mirando un poco hacia atrás, trayendo a la memoria los inicios o el momento de germinación del ELN en el territorio de Cartagena, todo el norte y centro de Bolívar era y es expresión de ese auténtico ir y estar con los pobres, o de la opción preferente hacia los pobres que dijera Camilo; pues todos esos hombres y mujeres que ayudamos a pegar el rojo y negro nos internamos en la profundidad de la selva Cartagenera y palenquera, esa misma que había albergado a los guerrilleros negros liderados por Benkos Biohó.

Pero esta vez era una selva más tupida, la de las gentes apretujadas en las casas de cartón, de latas, de caña brava, de pedazos de madera amasijados unos con otros, de construcciones de casas de “media agua”, de ranchos a medio hacer o medio tejer con una rara mezcla de barro, cemento, latas, cartón y arenas de las barriadas del suroccidente, sur-oriente y de los manglares.

Esta enorme selva era además un reverdecer de hombres y mujeres obreras, hijos de obreros y obreras, de familias campesinas en plena comunión con quienes habíamos decidido marchar juntos para preñar a la heroica ciudad de pan, justicia, buena vida con un sabor aromatizado de dignidad. También nos sumergimos, en las nacientes barriadas obreras y las laderas de los Montes de María, del Cerro de Maco con su hamaca grande donde dormíamos decenas de luchadores y luchadoras soñando con los sueños de los ancestros.

Esa misma Cartagena de la champeta criolla traída por los marinos en raudas navegaciones, que llegaban al puerto de la bahía de la ciudad para difuminarse por toda esa esplendorosa territorialidad de tambores y llamadores, de cuerpos sudorosos que se contorsionan al sonido de los Pick Up -los llamados picot- capaces de tumbar los frágiles techos. Esos aparatos grandes también se conocían como “los tumba techos», de ahí una de las inspiración de Joe Arroyo para escribir la canción el “Tumbatecho”, pues también la canción hace alusión a la caída del cabello.

La champeta criolla fue una propuesta musical que se convirtió también en protesta musical, cuando pretendió ser ilegalizada por la conservadora y racial dirigencia de la ciudad, dizque porque la champeta, a decir de ellos, era la que motorizaba la delincuencia e invitaba a las malas mañas. No cabe duda que la champeta ha acompañado el retumbar de la alegría y denuncia social.

Comunidad de Vecinos

Oleadas de migrantes llegaban a la ciudad, en los años sesenta, setenta y principios de los ochenta, con los rostros sudorosos, llenos de incertidumbres. La única esperanza que les podía iluminar el rostro era encontrar a un paisano o algún vecino nativo para llegar allí mientras hallaba algo más estable, de lo contrario le tocaba poner la piel en las bancas del parque más próximo.

Esta oleada llenaba a Cartagena de una impresionante diversidad de gente de Córdoba, de Sincelejo u otras regiones de Sucre, o gente de fuerte raigambre negra e indígena del centro y norte de Bolívar. Estos últimos eran menos numerosos, en fin, de todo se fue dando en ese cocimiento triétnico que hacen de la Costa un verdadero sancocho social.

La migración, forzada por la violencia política y socio económica, traía en sus gentes afianzadas costumbres y formas de vidas colectivas, donde compartir de manera comunitaria era esencia de sus valores, que le imprimió a su modo de estar en la ciudad un sello de ser juntos, de una profunda identidad de estar con el otro y donde las necesidades de unos eran las de todos.


Oiga, vecino, présteme una yuca que mañana se la devuelvo”, o “vecina, tome este caldito de hueso para que los pelaos no tengan la barriga vacía; o “vaya tranquila vecina que yo le cuido el niño mientras va a la plaza a rebuscar algo”, “mientras va a la chamba y vuelve.


Todo esto hacía que se viviera en familia y en comunidad de vecinos.

La clase obrera

En los años 60 Florecía la naciente clase obrera o los trabajadores asalariados y en la zona industrial de Mamonal hormigueaban atraídos por la posibilidad de un enganche -pegarse a un trabajo o camellar-. La zona industrial se ubicó en la margen suroccidental de la ciudad, la cual pegaba con la parte rural de los corregimientos de Pasacaballos y Ararca, donde se asentaba una población negra; también limitaba con una población campesina de los municipios de Turbaco, Arjona, Turbana y el corregimiento de Rocha, poblaciones campesinas en la que nació una clase obrera sin perder sus nexos con lo rural.

En los años sesenta y principios de los setenta se echaron los cimientos de las fábricas en lo que sería la zona industrial de Cartagena, que se poblaba también de una juventud obrera proveniente de una aguerrida juventud estudiantil que había sido sujeta de la lucha desarrollada en los colegios de secundarias como el Liceo de Bolívar, nido social donde se expresaban los grupos o agrupaciones de izquierda de ese momento.

Toda una generación con una mínima trayectoria de lucha e influida por el pensamiento revolucionario de la izquierda. La zona industrial era abrazada y influida por diversas barriadas populares, pues para acceder a la zona industrial se debía transitar por el cordón tugurial de la zona suroccidental.

Por estas características cualquier protesta de los trabajadores de la zona industrial era fácilmente percibida como propia por los campesinos y las barriadas populares. Y cualquier lucha estudiantil era asumida como suya por las barriadas populares quienes daban cobijo y acompañamiento. La lucha de unos era la expresión de otros lo que motivaba la identidad solidaria.

Los cinturones de la miseria y los barrios obreros

La Cartagena de estos años era expresión de una profunda discriminación racial y extrema desigualdad social con sus dos amplios cinturones de miseria a lado y lado de la avenida central mal llamada Don Pedro de Heredia. Estos cinturones de miseria estaban separados de una zona exclusiva de confort, riqueza y opulencia situada en un extremo colindando con el Mar Karibe. De la parte de la ciudad amurallada para el sur, recuerdo que se decía jocosamente, vivíamos los de la otra Cartagena. De Chambacú palla es otra vaina señalaba la gente mostrando a donde vivíamos las personas que comíamos unas veces sí y también los que comíamos a veces.

Era el pedazo de la ciudad del desempleo, del rebusque, del mal vivir, el «corral de negros» del barrio Chambacú, de la novela de Zapata Olivella. Toda una extensa barriadas de ciudades miserias. Era el barrio del gran Getsemaní, que desde dentro de la ciudad amurallada simbolizaba la herencia de la resistencia cartagenera llena de dignidad y pobreza.

A estos barrios y a las zonas que conformaban los cordones tuguriales no llegaban los servicios ofrecidos por las nacientes empresas de servicios públicos (energía y agua) las cuales tenían como prioridad satisfacer las demandas del capital comercial, industrial y el llamado sector residencial de la ciudad, así les llamaban a los barrios de ricos y de clase media alta. No estaban concebidas estas empresas para prestar el servicio a los viejos habitantes de las barriadas populares mucho menos a los nuevos habitantes que llegaban huyendo de todo, arribando a una ciudad que les desconocía en sus dolores.

Así se fueron cocinando grandes conflictos sociales en las franjas territoriales donde se fueron conformando grandes colonias de pobladores y se fueron sentando los pilares de movimientos cívicos comunales por los servicios públicos, la lucha por mejoría de las viviendas y la legalización de las ocupaciones o recuperaciones de tierras urbanas, pues el Estado exigía que las viviendas estuvieran legalizadas para poder tener los servicios públicos.

Los llamados cinturones tuguriales donde se concentraba y era más visible la miseria se iban ampliando como dos tenazas hacia las afueras de la ciudad abarcando nuevos territorios, y comenzaron los enfrentamientos entre las autoridades y organismos de represión y los nuevos ocupantes; en tanto, en la ciudad de los “ricachos” se iban intensificando la construcción de hoteles, edificios y viviendas destinadas al turismo y se iba dando la ocupación de los territorios insulares despojando de ellos a las comunidades negras allí históricamente asentadas. Dos ciudades y dos realidades, el norte y el sur, las ciudades imperiales del norte y las ciudades miserias del sur.

Es de anotar aquí algo importante. Por la lucha de los trabajadores y como dinámica del capital se fueron organizando los primeros barrios de concentración obrera como las urbanizaciones de Los Caracoles, Blas de Leso y otras donde se fue agolpando una clase obrera fabril y trabajadores de servicios.

Un ambiente de conflictos

En este ambiente fue que insurgió el ELN en Cartagena, en el cual no podía faltar, como se narrará más adelante, la rebelión de los cristianos, de los que nos reclamamos auténticos constructores del amor eficaz que invocó el cura guerrillero. Dijo quienes nos reclamamos cristianos por que mi primera militancia fue con los cristianos, seguidores de la enseñanzas y doctrina de Jesucristo. Era un ambiente favorable a la lucha, a la movilización, a la reivindicación de la vida, un ambiente de deseos y sueños de emancipación social con la simbología del Che en las cachuchas, en los cuadernos, en camisetas. El cemento camilista emergía sudoroso, con olor a pescado y arena.

Surgimos de las catacumbas de la lucha popular, de esos inmensos laberintos sociales que abrigaron y aun abrigan nuestros pasos. No quepa ninguna duda, compae, que fuimos paridos por una mujer con profundas raíces en el pueblo bullanguero y bailador de Cartagena, los Montes de María y su hermoso territorio de palenques, paridos por una lucha raizal.

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