Historias,  Rebelde

Comandante Astolfo, el niño que se creció

El título de este breve perfil corresponde a la edición. El texto integral, salvo correcciones puntuales del editor, fue escrito por el compañero Martín Bateman (2019), uno de los impulsores del Frente Guerrillero Jaime Bateman Cayón a finales de la década de 1980.


En 1987 fui trasladado para los Montes de María y sabanas de Sucre. A través de la ventanilla del viejo bus disfrutaba viendo los maizales, las ñameras, los tabacales, el olor a ganao. Llevaba algunas referencias para contactarme. Tenía dos misiones: atender el trabajo cristiano e iniciar contactos con los compañeros del MIR PL de la región para efectos de la Fusión que se venía gestando, la Unión Camilista del Ejército de Liberación Nacional (UCELN).

Hice los contactos correspondientes e inicié una gira ecuménica que me llevó hasta el Sur de Bolívar. Solo me faltaba un contacto, el sacerdote y compañero Bernardo López Arroyabe.

Con él me vi tiempito después en una reunión de coordinación del sector cristiano en Sincelejo. Tuvimos tiempo para compartir sobre los atentados que le habían hecho en Barrancabermeja y de su trabajo y expectativas para el momento, en el pueblito enclavado en la serranía.

Días después hice una reunión con jóvenes que envió Bernardo, con los que empezamos a construir los primeros colectivos en Sincelejo y la sub-región Montes de María. Jóvenes que se destacaron en su compromiso y acción eficaz. En un primer grupo se incorporaron siete compañeras y compañeros para el trabajo organizativo eleno urbano y suburbano. Luego se incorporaron 10 más.

Destacaba uno de ellos por lo flaco, largo, ojos azules y vivaces, peinado a la época, universitario y con ganas de incorporarse a la actividad guerrillera. Era Fernando, ese fue su primer seudónimo antes de adoptar el nombre con el que siempre le recordaremos.

Fernando disertaba sobre la teología de la liberación y contaba anécdotas de las vainas de su pueblo.

Se vino la Fusión y se conforma el Frente Guerrillero Jaime Bateman Cayón, de la UCELN, entonces Fernando asumió un nuevo nombre de guerra: Astolfo. Una vez comentó que así se llamó un familiar suyo que un día emprendió el camino de la revolución.

Astolfo pasó a la comisión guerrillera del oriente sabanero, destacándose por sus enseñanzas hacia sus compañeros y compañeras, por su disposición al trabajo, a la cultura y a la contienda militar.

Su incorporación trajo dificultades familiares, pues no había informado sobre la incorporación. Lo daban por desaparecido: un tío había denunciado el hecho como secuestro y desaparición.

Orientamos a Astolfo para que hablara con su familia, en efecto, vino la madre y otros familiares al campamento. Fue un rencuentro maravilloso, de enseñanzas. Su madre lo abrazó, lloraba y lo besaba. Luego de la euforia del encuentro, la mamá, acariciándole el cabello le cantaba la canción de Gustavo Gutiérrez: “Ya mi niño se creció”. Con ese tema ella siempre lo recordaría.

Astolfo amenizó el encuentro familiar con su guitarra, dedicándole a ella la canción de Alí Primera “Madre, déjame luchar”. Madre e hijo se dieron un abrazo de complicidad que arrancó a más de uno las lágrimas y la euforia. Astolfo, sentado en un taburete continuó con la guitarra y entonó otro par de canciones, “Arlen Siú” y otra de Alí, “La noche del jabalí”, ésta última dedicada a Haití.

Una noche, bañada de luz de luna en la sabana, desde un cerrito observando las luces de los buses y tractomulas a su paso por la carretera, Astolfo me comentaba facetas de su vida cuando niño en el pueblo, de la vez que se disfrazó de rayo.

Casi me meo de la risa cuando me explicó: me embadurné de negro, me conseguí una bata larga y me la puse sin calzoncillos, con el miembro pintado de rojo; el disfraz consistía en que yo abría y cerraba la bata en un movimiento rápido y la gente salía espantada.

Esa noche también me habló, viendo hacia el cielo, de las constelaciones de las galaxias: de Andrómeda, de la Osa Menor, del Centurión, de la estrella tal, y las iba señalando. “Todo está en movimiento”, decía, “hacemos parte de ese universo como un acople de ruedas dentadas…”. Saludos Astolph Einstein, le dije mamando gallo.

En una de las primeras acciones del Bateman, una campaña nacional, se ubicó el objetivo. Se trataba de una caravana de cinco buses expresos cupo lleno. Llegaron al retén guerrillero y se les pidió a los pasajeros que bajaran para conversar.

Empezaron a bajar gente con muletas, bastones, síndromes de todo tipo, con furúnculos, con golondrinos y hasta ciegos; niños dormidos en brazos de sus madres, gente sufriendo de epilepsias, gente con aspiraciones a cambiar su triste suerte. Los buses venían de la Villa de San Benito Abad, de pagarle mandas al santo de su devoción y de ofrecerles otras.

Una señora de avanzada edad se abrazó al cuerpo del jefe de la Comisión, diciéndole: “Te pareces a mi nieto, que San Benito y la Corte celestial te protejan”. Como pudo Astolfo se zafó y conocedor de liturgias empezó una oración que todos los pasajeros se sabían. Al final les dijo: “Somos del ELN”. Aquí les dejo este paquete de nuestro periódico Insurrección y vayan con Dios. Se escucharon aplausos mientras retornaban a los buses.

Llegaron al campamento los muchachos cagaos de la risa por el abrazo de la vieja a Astolfo, y la confusión de éste con el nieto de aquella.

Líder militar querido

Astolfo, junto a dos compañeros más, fue enviado al Frente Armando Cacua a participar en una escuela guerrillera. Los tres se destacaron. Tres sabaneros de tono golpeao y cantado, asimilando la experiencia nacional de construcción de guerrilla.

De regreso y como buenos sabaneros contaron su experiencia y no les faltaron las anécdotas, entre ellas una práctica común en los Montes de María: “comer” burras. Fueron sancionados por zoofilia y Astolfo, asumiendo la defensa cultural de sus compañeros, cayó también en la medida.

Astolfo llegó a ser el responsable Militar del Frente, con su juventud, su destreza, con su don de gente, con su facilidad para llegarle al otro, a la otra y dar el mensaje de esperanzas ciertas, de liberación; además, conocía bien el territorio y a los terratenientes de la región.

Llegaron las fiestas del 20 de enero, las corralejas, y con ellas la cadencia sabanera del trombón y el pito atravezao’ o flauta e’ millo, y la gaita macho y la gaita hembra. Llegó un terrateniente que financiaba sus bandas para asesinar y desaparecer a líderes campesinos. Creyó que seguía en los tiempos en que parrandeaba recibiendo las adulaciones de la gente y saludaba como un César a los que podrían morir borrachos y corneados por un toro miura.

El temor cundía en la población. Astolfo llegó con su comisión, lo capturó, le hizo juicio y se lo llevó. En el pueblo se escucharon los tiros, siguió sonando la música, y la pólvora y la gente guapirriando.

Astolfo contaba con el apoyo de las bases por donde se movía, gozaba del aprecio de los compañeros y compañeras de guerrilla y de la milicia; era su principal fortaleza y retaguardia.

Las mismas bases que sembrando yuca, maíz, tabaco; que moviéndose a pie o en burro dinamizaron el crecimiento y desarrollo del Frente.

La toma de Chalán… ¡Ni un paso atrás!

En julio del 1989 vinieron los preparativos para la toma de Chalán. Tarea en la cual participaron las fuerzas guerrilleras del Frente Alfredo Gómez Quiñones y las del Frente Jaime Bateman Cayón. Los comandantes para la tarea eran Fabio Quiñones y Astolfo.

Las milicias del Bateman Cayón participaron activamente en la inteligencia, los preparativos y en el mismo desarrollo de la acción; además aseguraron los campamentos en donde la fuerza militar unificada hacían los respectivos entrenamientos.

Había que garantizar que no se filtrara la información de la concentración guerrillera, para ello, las milicias en sus burros transportaban el agua desde las casimbas hasta el sitio de concentración; agua para los alimentos, para el baño, para lavar.

Mientras Astolfo encabezaba la marcha hacia la toma del puesto de Chalán, su madre celebraba en Sincelejo un compartir en honor a su hijo. Era un almuerzo: Invitó a los allegados del joven comandante, a los que se incorporaron con él y quedaron en la estructura urbana.

Era consciente de la decisión de su hijo y le apoyaba. El almuerzo se hizo, ella le recordó desde el día de su nacimiento, de la primera vez que fue a la escuela, de sus travesuras de niño. Cantó de nuevo “Ya mi niño se creció”. Los compañeros y compañeras le cantaron a coro “Arlen Siú”. Llegó la noticia. El almuerzo quedó hirviendo a borbotones mientras las lágrimas asomaban y se cerraban los puños.

Contaba el compañero Lenin, que en la tarea habían alcanzado a tomarse las trincheras del puesto cuando cayó Astolfo fue herido mortalmente a las puertas del comando policial. Un compañero rescató a Astolfo y lo llevó a un sitio para atenderlo. La consternación fue total. La orden de retirada fue dada.

Tres horas después, rememora el compañero Alonso, Astolfo se iba y moribundo alcanzó a decirle a los presentes: “¡Ni Un Paso Atrás, Liberación o Muerte!”. El cuerpo del compañero fue enterrado en un sitio cercano.

El pueblo que fue su retaguardia salió a rescatarlo y darle definitiva sepultura en un rincón de su sabana y presentarle honores a su vida combatiente al grito de “¡Ni Un Paso Atrás, Liberación o Muerte!”.

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