Historias,  Rebelde

La presencia de un cura loco: Manuel Pérez

Luís Carlos Guerrero “Mosquerita”

La espiritualidad cristiana de comunión con los pobres y ofendidos ha estado presente en la ciudad de Cartagena, desde los gestos solidarios de Pedro Claver para con los esclavizados, curándoles sus heridas y aliviando sus dolores, hasta la indomable presencia de los curas guerrilleros Manuel Pérez, Domingo Laín y José Antonio Jiménez Comín, quienes se fundieron con este pueblo siguiendo el ejemplo liberador de Jesucristo y Camilo Torres Restrepo.

Las barriadas de Cartagena, concretamente las gentes del barrio Olaya Herrera, aún conservan en su memoria, a través de los más viejos, las luchas motivadas por Manuel quien protagonizó junto a los pobladores la mayor de las movilizaciones en la zona suroriental de Cartagena al final de la década del sesenta, por agua, pan y techo. Ser con los más pobres y vivir con ellos es parte de un testimonio de entrega hacia ellos simbolizados en el cura Manuel Pérez, el querido cura loco.

Buscando en dónde encarnarse, Manuel Pérez nos dice “que el significado de la palabra encarnarse quiere decir ser consecuente, meterse para no salirse, no tener esperanza de retroceso. Ser consistente en el compromiso”.

Manuel pisando el barro en el Barrio Olaya Herrera

Desde su primer día cuando llegó al barrio de nosotros, ese nosotros lo decíamos con orgullo porque el barrio lo habíamos hecho a sudor, sangre y hambre, Manuel se emparentó con todos y todas. Cuando vio a un viejito que estaba haciendo su casita se le arrimó, fue y le dijo que si le ayudaba; el viejito le dijo que sí y se fajó enseguida a trabajar. Al momento toda la vecindad estaba allí reunida. Recuerdo que el cura compartía todo con nosotros y nos ayudó a fortalecer esa cultura de solidaridad que ya se expresaba en la comunidad.

A mi abuela le gustaba ir a la iglesia porque no se pedía la limosna en las misas como lo hacía el otro curita que nos sacaba el poco dinero de las manos. Ella decía que Manuel nunca vivió “pegao” de las ayudas que pedían otros curas que estuvieron antes en el barrio. No. Manuel buscó trabajo de bulteador, arreador de bultos (bracero). La carga de sostenerlos no fue nunca para la comunidad, que con mucho agrado lo hubiese hecho por su comportamiento, por su pegamento a nosotros.

Por simple coincidencia de la vida cuando Manuel consiguió otro trabajo de vigilante en el puerto marítimo se la pasaba conversando con los bulteros que en su mayoría eran olayeros, lo que le ayudó a conocer y empatizar con sus problemas. Para Manuel Pérez cualquier momento y lugar era propicio para estar con la gente.

Y fue así como, en los hechos como decía la gente, el cura rebelde se metió en la dinámica social del barrio, hablando en reuniones con ella porque éramos los que conocíamos los problemas, necesidades y las aspiraciones. Hoy haciendo una reflexión de esa vivencia creo entender que es una manera eficaz de investigar la realidad, muy útil y del cual aprendimos los que seguimos las huellas de Manuel más tarde.

Fueron cientos de problemas los descubiertos por el cura y explicados de manera sencilla para movilizarnos la conciencia. Bueno debo decir que me movilice en ese momento más por ir detrás de las peladas y por reclamar algo a los ricachos, pero no por una conciencia revolucionaria cristiana. Tenía inquietudes como muchos de los jóvenes en ese momento. Estaba cursando quinto año de primaria cuando estos sucesos.

Es que al loco de Manuel, así le decíamos por cariño porque para nosotros loco era una persona que hacía cosas fuera de lo común, que se atrevía, que desafiaba y Manuel no era un cura común y corriente, lo recuerdo arrollador, parecía un carro cero kilómetros, decía mi abuela, quien andaba en esos trotes con él. Todo esto fue motivando la organización comunitaria y realizar los días de trabajo comunitarios donde toda la vecindad nos íbamos a trabajar algo para beneficio de todos o ayudarle a alguien con más necesidad.

Quizás hoy entiendo más lo que buscaba este cura tan querido y amado por la gente del barrio. Claro que nosotros los jóvenes no pelábamos -no faltábamos- a ninguna fiesta donde echábamos una bailadita de salsa y de champetica criolla. Mientras nosotros bailabamos Manuel no pelaba un velorio-

Manuel no pelaba un velorio


El mismo relata esto en el libro Camilo camina en Colombia. El velorio es una congregación de gentes por nueve noches después del fallecimiento de una persona, en donde los habitantes de una calle o un barrio van a acompañar en el dolor a los familiares de esa persona que muere o fallece.


Para Manuel el problema no era cómo viviéramos nosotros los luchadores los ritos, sino cómo los vivía el pueblo. Y si para ello tenía que meterse todos los días en los ritos y vida mágica de las barriadas, lo hizo. En esos velorios se contaban una especie de novela barrial. La narrativa de la vida de la comunidad con humor, lleno de risas que tenía un punto de partida recordando la vida de la persona fallecida. Ese era un espacio donde se dejaba ver como vivía la gente, sus padecimientos, sus alegrías y construcciones colectivas. Todo sucedía al calor de un café, de un juego de dominó y de rezos. Era un momento propicio para poner en común las angustias, las aspiraciones y los descontentos y enemistades.

Hoy, después de un tiempo mirando con los lentes del presente puedo decir que la mejor religión es aquella que hace más humana la vida y alimenta con valores de amor a una comunidad de fe, que hace de la vida una acción de vivir en comunión con la vida. Por eso las misas en el barrio Olaya se convertían en un acto de esperanza muy grande de la cual todos salíamos comentando algo. Manuel aprovechaba los días de celebración de las misas para que todo el mundo, se sintiera solidario.

Tremendas enseñanzas de Manuel Pérez que en ese momento de mi vida no eran tan claras en mi mente como pueden ser hoy. El decía, recordando los relatos de mi abuela sobre el cura, que lo más importante para hacer comunión con la gente es sentir y vivir los problemas de ellos y con ellos buscar las soluciones. ¡Carajo! Ahora sí entiendo esa fiebre de mi abuela por no pelar (dejar de ir o faltar) ninguna misa. Vienen a mi memoria los debates de mi abuela con mi abuelo un poco menos creyente del cristianismo, tenían otros ancestros, que terminaban en una rápida ida de la vieja a la iglesia dejando a mi abuelo viendo un chispero. Quédate en la casa que cuando regrese de misa seguimos discutiendo, le decía siempre mi abuela y salía disparada para la iglesia.

Estar con el otro

Fue sin duda el mismo ambiente de conflictos y de injusticia, de enorme explosividad social lo que envolvió al cura Manuel para asumir mayor compromiso en la infinita opción preferencial por los pobres. Quizás emulando a José Martí, quien una vez dijo que quería con los pobres su suerte echar.

En ese meterse con los pobres cuenta Manuel que los agarraron presos, las autoridades ya les tenían montado un prontuario: La movilización con los pobres les fue penada con la expulsión de Cartagena y de Colombia. No sin amarguras en su rostro Manuel confesaba que muchas cosas habían ocurrido en la conciencia de la gente y su capacidad de reclamación de sus derechos, pero la gota que rebasó el vaso fue lo de la defensa del barrio de San José, cuyos habitantes querían ser expulsados de sus tierras aledañas al aeropuerto de Cartagena.

El capitalismo mafioso de Cartagena no renunció al desalojo de este humilde barrio. Diez años más tarde de ser derrotada sus pretensiones volvió a decretarse un nuevo desalojo y así sucesivamente durante cada año y de nuevo la acción solidaria de los barrios pobres y de los trabajadores. Esta vez ya no fui pasivo como cuando se dio la marcha de toda la zona suroriental de Cartagena. No ahora si no. Ya siendo trabajador de la empresa Alcalis de Colombia, nos movilizamos en buses del sindicato de los trabajadores y amanecimos con estudiantes allá y se quedó la gente en las viviendas.

Al derrotar ese desalojo todos los rostros se tiñeron de sonrisas y me impresionó mucho, que jamás olvidaré, la alegre risa de los niños y niñas con sus cabellos diversos, muchos desnudos pero felices.

Antes de partir de Colombia los curas guiados por Manuel hicieron una reunión clandestina con once sacerdotes del grupo de Golconda para evaluar lo que harían. No es difícil imaginar la determinación que tomarían. Volverían por que “la esencia para hacer una revolución es querer y amar a la gente” decía Manuel.

La siembra de Manuel

No se equivocó Manuel cuando dijo que había quedado una semilla. Las huellas de Manuel y Camilo caminaban por la ciudad y los Montes de María, encarnadas en las comunidades eclesiales de base en los años 80 y los sucesivos. Estas se irrigaban por los barrios motivadas por los curas y religiosas de esos años. Los trabajadores de la ladrillera El Cerro recordaban con cariño, en las conversaciones con ellos que sosteníamos en compañía de Enmanuel, el humilde campesino, obrero de la fábrica Alcalis de Colombia y viejo militante del sindicalismo independiente, con quien comenzábamos a seguir las huellas de los curas rebeldes.

Ellos nos contaban que unos curas se atrevieron a estar con ellos compartiendo las gotas de sudor de la explotación capitalista y que se habían ido para la guerrilla del ELN. Muchos trabajadores cultivaron la semilla desde sus vínculos con Camilo en las fábricas, a través de sus mensajes a los trabajadores, mensaje que eran una y muchas veces estudiados en los círculos obreros. El caudal de curas y religiosas camilistas aumentó pues muchos se hacen militantes del movimiento de cristianos por el socialismo después de realizada la segunda reunión o encuentro de los sacerdotes de Golconda, finales de los 60 y principios de los 70.

Para finales de los años 70 y la década de los 80 se funda una cooperativa, la de la Arrocera Bolívar en la zona suroriental, en el Barrio Olaya Herrera, sector Once de Noviembre, dado que esta franja de tierra y abundante agua se vuelve productora de arroz por iniciativa del trabajo cristiano de la zona, aprovechando la vecindad con la Ciénaga de La Virgen o de Tesca, que son tierras de mucha fertilidad. El movimiento cooperativo había sido iniciado por Manuel Pérez cuando fundó una pequeña cooperativa de trabajo en el barrio.

El arroz tenía una variada función que iba desde servir de alimento para la población que lo obtenía a bajo precio, hasta el utilizar el afrecho -cáscara del grano- para el relleno de la Ciénaga y servir de soporte -base- para edificar las casas. Recuerdo que una vez fuimos la muchachada del barrio con sacos fique a recoger el afrecho y lo montábamos en un camioncito de un vecino para echarlo a la orilla de la Ciénaga y rellenar la tierra para hacer las casitas. Era toda una fiesta colectiva y las muchachas del barrio nos daban agüita con hielo cuando llegábamos, nosotros aprovechábamos para tirarle unos piropos.

La verdad era que en los barrios de influencia cristiana se vivía una eclosión popular continuadora del cisma creado por Camilo y Manuel y por los otros dos curas revolucionarios. Todos esos aprendizajes de vivir junto al pueblo hicieron posible fortalecer la solidaridad como manera de sobrevivir y construir la vida entre juntos. Aprendimos más tarde que esta era una herencia de un pueblo luchador e indomable como lo es nuestro pueblo colombiano. Y allí, en esa Cartagena de la década de los finales de los años sesenta y la década de los setentas, eramos una mezcla de pueblos campesinos, negros, obreros, de mujeres y hombres de la diversidad cultural.

El legado de Manuel es claro. Sus vivencias se constituyeron en toda una cátedra de Trabajo Político Organizativo que el ELN ha retomado con fuerza en los fundamentos básicos del trabajo de masas. Somos pueblo porque tenemos allí nuestras raíces; respeto al pueblo como sujeto esencial de la revolución, respeto a su cultura, estar con él en sus luchas en todas las circunstancias, en las buenas y mejor aún en las malas, en las más adversas cuando no hay suficiente claridad, ser consecuentes con sus intereses sin esperar ni pedir nada a cambio; el pueblo es nuestra selva.

Siguen vigente las palabras de Manuel Pérez: «Estoy cada vez más convencido del triunfo de un pueblo que lucha hasta la muerte. Hay dificultades, pero todas se pueden vencer con tesón, con voluntad de hierro y amor a un pueblo que lucha», escribió a su hermano Paco, en diciembre de 1970. Manuel sembró semillas rojas y negras que mas adelante dieron frutos en una hortaliza de la vida.

Mi vida de estudiante

Inicié la primaria en una escuela de banquitas, en el año 65, con una profesora llamada la niña Gertrudis. Participaban ocho niños de la calle del barrio. Todos los días teníamos que llevar la banquita para sentarnos, una especie de silla de madera, y todos los días la llevamos de vuelta a la casa. La gente cuando nos veía con ella en el hombro decían “allá van los niños para la escuela”, la escuela de la vida que nos enseñaba la señora Gertrudis de quien me acuerdo era oriunda del municipio de Turbaco y formaba parte de una familia numerosa.

De esa escuelita me mandaron a otra un poco más formal donde el amigo Roa, un profe más duro, muy disciplinado, que andaba siempre con una tabla de madera a la cual le decía “regla”, que más bien creo yo que era para arreglarnos a tablazos en lo que consideraba comportamientos no normales.

Allí estudiamos cuatros primos hermanos. Yo mostraba mucho interés por el estudio y hasta hice dos años en uno porque me adelantaba en los estudios y eso me hizo avanzar en tres años lo que se llevaba cinco. Todos los días durante tres años caminaba una hora y media de ida y otra hora y menos de media de venida pero podían más mis ganas de aprender que la pereza porque no fallaba un día a la escuela. Muy puntualito, decía el profe Roa, y disciplinado por eso terminé la primaria en tres años, del 67 al 69.

Mi meta era entrar a la secundaria. Inicié el primero de bachillerato en un colegio llamado Liceo de Bolívar, cuna de la lucha y rebeldía estudiantil, ubicado entre el barrio Olaya Herrera y el barrio Escallón Villa, en plena avenida central. Me acuerdo que eran como 10 salones donde se cursaba el primero de bachillerato y me tocó el salón primero G. Llegué el primer día lleno de entusiasmo y a vivir una nueva experiencia porque me dijo el profe Roa “ya vas para bachillerato y no es igual que aquí en primaria, todo va a cambiar y lo único importante es que sigas aplicao”- atento y disciplinao.

Cuando fueron a elegir a un representante del salón ante una vaina que se llamaba Consejo Estudiantil me nombraron como el delegado representante. Yo creo que era porque tenía buenas relaciones con todos los compañeros a quienes ayudaba con las tareas, les explicaba muchas cosas de matemáticas y me fui ganando el aprecio y admiración de todos ellos.

En el Liceo de Bolívar estudiábamos puros varones, no habían femeninas. Para ese momento no me pregunté porque no habían jovencitas estudiando con nosotros y más tarde entendí que todavía en la sociedad se evitaba juntar hombres con mujeres en todas las actividades porque era una sociedad muy machista. Para ese tiempo las mujeres estudiaban en un colegio donde solo habían femeninas y se llamaba el colegio departamental de bachillerato.

En el Liceo de Bolívar se hacían asambleas de representantes o delegados de los salones cada dos meses para analizar la marcha del colegio, las relaciones entre los alumnos y los profesores, en fin se evaluaba toda la cuestión de la educación en ese centro.

En las asambleas se tomaban decisiones y se echaban muchos discursos de parte de muchos estudiantes, los que estaban cursando cuarto, quinto y sexto año de secundaría. Los de primero, segundo y tercero era más observadores. Para el segundo año de nuevo me nombran representante y aquí sucedió lo que todos sabíamos, se da una huelga estudiantil por el servicio de alimentación ya que habían cerrado el cafetín escolar que servía de mucho pues comprar un pan y un café para un grueso bastante grande de estudiantes, era un desayuno para aquellos que no tenían con qué pagar y mucho menos comprar una comida o que no podían comer algo en la casa.

Les cuento que estalló la sampablera -la lucha- y se armó la batalla pues para hacernos sentir cerramos la vía central de Cartagena, la famosa Avenida Pedro de Heredia y se nos vino toda esa tombamenta a desalojarnos y se armó la pelea de piedras contra bolillos y agua que nos echaban las máquinas del cuerpo de bomberos.

Quemamos buses, asaltamos los carros vendedores de gaseosas. Ganamos la pelea y con un saldo de muchos compas detenidos. Y allí conocí en vivo y en directo como era la solidaridad del barrio Olaya Herrera y la de otros barrios con nosotros porque la mayoría de los estudiantes pertenecíamos al barrio Olaya Herrera y otros barrios vecinos como Escallón Villa, Zaragocilla, Tesca, Amberes y otros más. La lucha de los estudiantes era también la lucha de los pobladores de los barrios quienes nos apoyaban, nos resguardaban en sus casas, nos daban agua, y todo tipo de ayuda. Eramos los mismos. Y viceversa. Una lucha de los pobladores del barrio era nuestra también y de una prendíamos la sampablera, el tropel se dice también.

En estos combates callejeros y en las asambleas estaban presentes organizaciones de izquierda como la juventud comunista, los jóvenes del PCML, los jóvenes del MOIR que tenían el nombre de Juventud Patriótica (JUPA) y también estaban presentes los Comités de Trabajo Socialista que era una especie de organización juvenil de los Comandos Camilistas. Un compañero de estudio y mi persona nos hicimos amigos de un pelao de los Comités de Trabajo Socialistas y nos fuimos metiendo poco a poco con ellos.

Cuando supe que el compañero líder, de apellido Peña, era también de los Comandos Camilistas creció mi interés porque ya había leído lo que fue el Cura Camilo y había oído hablar de Camilo por Manuel Pérez cuando estaba en el barrio. Y me encarreté con los Comandos Camilistas del cual fui militante hasta que me decepcionó como relataré más adelante…

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