Historias,  Rebelde

Los primeros pilares del ELN en Cartagena

Hacer del pueblo nuestra mejor selva.

Luís Carlos Guerrero

Con Manuel Pérez, uno de los tres curas rebeldes venidos desde España, se inicia el largo camino de la siembra del Ejercito de Liberación Nacional (ELN) en la ciudad de Cartagena, en el norte y en el centro de Bolívar. De hecho cuando se oficializa la expulsión de los tres sacerdotes, se convoca una reunión de once sacerdotes y religiosas, a finales de 1968, donde deciden que Manuel, Domingo y José Antonio se incorporarían a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional puesto que ya habían ganado una identidad con el movimiento guerrillero de los elenos surgido al calor de la Revolución Cubana, la situación de explotación imperialista en Colombia y una respuesta eficaz a la violencia practicada desde arriba hacia los pobres por una oligarquía infame iniciada en la llamada época de la violencia .

La década de los setenta es un momento propicio para la ampliación de la lucha popular en Cartagena, en un contexto de un continente en ebullición social y política, los pueblos ensayaban muchas formas de lucha, entre ellas la lucha armada revolucionaria. Cuba había demostrado que era posible y necesaria las armas para enfrentar el poder de los tiranos.

La lucha armada se expresa en el marco de una Colombia llena de importantes y masivos conflictos sociales, con una clase trabajadora que se movilizaba y desarrollaba a través de movimientos huelguísticos en toda la geografía nacional, liderados por las corrientes clasistas revolucionarias; también era un contexto en donde sucedieron masivas tomas de tierras en el campo por un vigoroso movimiento campesino, haciendo posible y concreta la alianza obrero-campesina. En este momento se expresaban fuertes movimientos estudiantiles, recuperaciones de tierras urbanas donde se construían asentamientos sociales ganados mediante la confrontación a la política de desalojos violentos de la clase oligarca.

La articulación de estas tres luchas es lo que comenzó a visualizarse como Alianza Obrero Campesina y Popular.

Los truenos sociales

No podía ser diferente en la región Karibe y en Cartagena, pedacito de territorio de la matria y la patria, donde había un acumulado de necesidades insatisfechas de los habitantes de los barrios populares, de los trabajadores en las fábricas y empresas de servicios, de los estudiantes, de maestros y profesores, todo esto es leña para el fuego de las ideas de cambio revolucionario, mostrándose con claridad que era posible y necesario andar en un mismo camino entre marxistas y cristianos en el objetivo común del bienestar y la justicia, de una sociedad del amor eficaz. Hay un estallar cotidiano de truenos sociales en todo el departamento de Bolívar que, en últimas, hacen de la década de los setenta, fermento de las luchas futuras.

En 1976 se da un hecho singular. Las fuerzas de seguridad del Estado allanan un centro social religioso en el corregimiento de Pasacaballo, municipio de Cartagena, aledaño a la Zona Industrial de Mamonal. Allí capturan a varios religiosos el 31 de octubre. Entre los detenidos se encuentra el sacerdote Everardo Ramírez Toro, la religiosa Erlinda Moisés y el laico Segismundo Acosta, acusados de portar armas de exclusivo uso militar, pues según las autoridades policiales y del ejército, en el allanamiento fueron encontradas granadas, municiones y fusiles. Los acusan de ser del ELN.

Lejos de que el trabajo eclesial aminorara con estas detenciones, se experimenta un crecimiento de las comunidades eclesiales de base y el chaparrón de aguas cristianas se vuelca más hacia las barriadas, de tal manera que el compromiso por la liberación se convierte en la auténtica opción por y para los pobres, se hace mayor entonando solidaridad hacia los religiosos detenidos por una iglesia que se reclamaba cada día más popular.

Con la detención de los religiosos se arma todo un alboroto en la ciudad de Cartagena porque se había descubierto que en esa ciudad, en la cual según la oligarquía no pasaba nada, un núcleo del ELN estaba presente, y lo más jodido y lo que le dolía mucho a la oligarquía, era que no sólo convivía con los pobres quienes los querían y gozaban de sus simpatías, sino que las comunidades defendían su labor socio política emancipadora. Camilo volvía a cabalgar con su amor eficaz al hombro, esta vez no con morral y fusil, pero lo hacía con los proyectiles de la conciencia organizada de las comunidades.

La siembra de Camilo y Manuel

Ella mostraba a la nación que los auténticos cristianos podían asumir la lucha por el socialismo, y si, en ese andar la lucha armada emergía como necesidad ineludible, bien se asumía como deber de los cristianos revolucionarios en su entrega hasta las últimas consecuencias.

Numerosas comunidades y sacerdotes acompañaron y denunciaron las torturas y todas las mentiras del Establecimiento, contrastándolas con las acciones de buena vida que los religiosos, ahora presos políticos, desarrollaban con las comunidades, fundidos en cuerpos y alma con ellas ¿Quién no sabía que la educación en Pasacaballos existía por el proyecto educativo que orientaba la religiosa Erlinda Moisés?. Y así era en todas las comunidades donde los sacerdotes y monjas organizaban la solución a problemas sociales que el capitalismo negaba: educación, suministro de agua, producción agropecuaria, distribución de alimentos, servicios de salud y todo esto se hacía de una manera cooperada.

Mi vinculación al ELN

Para 1976 yo era apenas un simpatizante del ELN desde el pensamiento de Camilo y todo lo que podía leer en la Revista Alternativa sobre la guerrilla de los hermanos Vásquez. Aquí era un eleno de corazón. Lo de Camilo venía de una parte por la llegada de Manuel Pérez al barrio, que impactó mucho porque se vinculó a la guerrilla del ELN públicamente y en el barrio Olaya hubo un alboroto muy grande. La gente decía: “!no joda¡, comae, compae algo raro tenía ese curita que no era como los demás”. Otras exclamaban: “se las traía bien escondía ese curita loco. No tenía nada de loco porque sabía lo que era y estaba haciendo”.

También para el año ese era camilista porque desde 1973 hasta principios de 1976, había militado en los Comandos Camilistas creyendo que ahí estaba el ELN. Pero tomó el curso del trostkismo y entonces salí de esa agrupación para seguir buscando al ELN, a quien encontraría más tarde en una fábrica untado de obrero y en las leyendas publicadas en las revistas donde se escuche de la operación Anorí, de los hermanos Castaño. Hasta yo le tomaba del pelo -hacia broma a mi abuela- diciéndole que bien lo traía guardado de ser del ELN, por que ella era apellido Castaño.

Cuenta el compañero Enmanuel que el mismo día de la detención de los religiosos varios núcleos de trabajos obreros debían realizar reuniones en el desarrollo del trabajo político organizativo, pero fueron suspendidos por medidas de seguridad puesto que podía haber seguimientos y el golpe podría multiplicarse. También hubo una situación contradictoria, como me confesó Enmanuel. Mientras las comunidades y la militancia de los cristianos se manifestaban en rechazo a las torturas y el encarcelamiento de los religiosos, una franja de la militancia obrera adoptó el repliegue como comportamiento político, aislándose muchos de ellos de la organización, algunos terminaron por marginarse.

Importante fue el papel que jugamos una franja de militantes obreros y barriales que nos mantuvimos activos y acrecentamos el compromiso como es el caso del aguerrido Enmanuel Solano, Guillermo tumba techo y otros compañeros que no puedo mencionar por cuestiones de seguridad. A Guillermo le decíamos tumba techo por que le gustaba la canción de mismo nombre del Joe Arroyo.

Esa actitud consecuente fue lo que permitió el hilo de la continuidad del trabajo y la permanencia del ELN. Los compas conductores del proceso político militar, que jugaban un papel del enlace con el todo nacional del ELN se fueron de la ciudad, se pusieron las de la Villadiego como decimos. Además es bueno recordar que estaba el ELN viviendo a todo vapor el golpe de Anorí.

En estas circunstancias de dura persecución y de un fuerte accionar político militar del M-19, que atraía la atención de una gruesa franja de la izquierda, nos fuimos encontrando muchos compas que veníamos de una amplia diversidad política: unos venían del ELN, otros de una fragmentada izquierda producida por el fraccionamiento del Partido Comunista Marxista Leninista -PCML y su brazo armado, el EPL; otros, como mi persona, veníamos de la militancia en los Comandos Camilistas cuyo núcleo central decidió abrazar otras tesis políticas. Éramos un grupo significativo de compas que nos fuimos encontrando en una práctica social.

Para inicios de 1977 comencé a retomar los contactos con compañeros que habían militado en los Comandos Camilistas en la ciudad de Barranquilla, casi todos ellos eran líderes obreros y sindicales que también habían iniciado relaciones con el ELN. Los auténticos Camilistas de esos comandos nos comenzamos a reagrupar. Sin querer queriendo era una búsqueda colectiva de muchos ex-militantes camilistas hacia un mismo punto de encuentro, el Ejercito de Liberación Nacional.

En Barranquilla comencé a relacionarme con los compañeros de los que sería más tarde los agrupamientos Armando Montaño y el núcleo Benkos Biohó, donde estaba el compa Jorge Sincerín. Así comencé una nueva militancia revolucionaria en los primeros días de enero de 1977 teniendo dos puertas abiertas, las de los compas del Armando Montaño y la del núcleo Biohó pues no me emparente con ninguno de los dos. Y fue fácil enganchar en Cartagena porque ya conocía a compas elenos con quienes comencé una gran fraternización, sobre todo en lo cristiano en un barrio de la ciudad.

Los elenos no nos vamos del pueblo

Fue también este un momento complejo -1975 hacia 1980- porque todas las expresiones sociales sindicales, campesinas y estudiantiles muy vitales, sufrían el impacto de la división de la izquierda ML, y en medio de todo aquello los militantes elenos estábamos de bajo perfil acosados por los líos de seguridad y desconectados del cordón umbilical nacional, comenzando las relaciones con núcleos urbanos de Barranquilla, lo que mantenía compartimentado porque la misión asignada era ganar para la militancia a un grueso número de personas con quien compartía procesos sociales y educativos.

En la reflexión que hice con Enmanuel encontramos un rasgo esencial de los elenos en este momento, año 1977: aún en la dispersión organizativa por no haber un centro de conducción o referente de centralización en Cartagena y otros territorios de Bolívar, los militantes cristianos, barriales, obreros. Cultores, manteníamos los trabajos sociales, aún en la dureza de los acontecimientos y se amplían las influencias en los barrios con las recuperaciones de tierra, se ensayan métodos de acción como la alfabetización y otros activadores de conciencia y conexión con los trabajadores que ayudarían a entrar en otro momento del desarrollo del trabajo político y organizativo.

Iba quedando claro que los verdaderos elenos no se separan del pueblo y de sus luchas. Fue el mensaje implícito practicado que hoy tiene plena vigencia, hacer del pueblo nuestra mejor selva.

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